Su torso. Su torso desnudo se deja entre ver a través del cristal translucido de la mampara. Me invade un intenso olor a coco, del gel de ducha. Dejo la ropa sobre la taza del baño. Mi mente no puede soportar tan grata sensación. Salgo, tan rápido como puedo. Me tumbo en su cama. Que suave es la colcha… La verdad es que es una autentica maravilla de cama, tantos cojines, colores tan bonitos, que hacen juego con el resto de la habitación. Por un momento querría que esta habitación fuese mía, mía para siempre. Que imaginación la mía, pensar que algún día pudiese estar aquí con él, pudiendo disfrutar de las vistas de su ventana, del vestidor, de los calidos colores de su habitación. Pero dicen que los sueños son gratis ¿no?
Al fin sale de la ducha. Y el vapor sale tras el. Me mira tan delicadamente que se me escapa una sonrisa. Se sienta a mi lado tan solo tapado por una toalla. Mira hacia el techo y luego hacia mí. Me abraza. Es un abrazo calido. Entonces me acuerdo de su ropa, allí, encima de la taza del baño, humedeciéndose con el vapor. Pego un salto y corro hacia el baño. La recojo y se la llevo. En cuanto me ve se ríe. Y se ríe. Tanto se llega a reír que me hace sentir incomoda, molesta por no saber porque hace eso. Preguntándome si se ríe de mi, o por algo que he hecho.
- Eres increíble - me dice sin más.
- ¿Por qué?
- Has escogido la misma ropa, que yo mismo cogería.
- Ya y no te la has puesto. Para eso no me digas que te la coja.
- No me la he puesto porque no quiero quitármela de nuevo.
Entonces se acerca, coge la ropa y la apoya en un diván que hay a los pies de la cama. Me envuelve entre sus brazos y me dice: “Estaré loco por decir esto pero… Ojala te quedes aquí conmigo, para siempre, ya no me apetece volver a la ciudad, solo me apetece estar aquí a tu lado.”